Plaza de Armas de Santiago. Santiago - CHILE
Generalmente, se ha atribuido al ingenio del fundador de
Santiago la delineación de la planta de la ciudad; y aun de si mismo dice, en una de sus famosas cartas al emperador, que él la trazó. Pero lo cierto es que ese sistema de cuadrángulo o
manzanas, peculiar a la América española desde México a Buenos Aires, habÃa sido adoptado muy de antemano por disposiciones reales. “Y cuando hagan la planta del lugar –habÃa ordenado Carlos V en 1523 a los descubridores del Nuevo Mundo-, repártanla por sus plazas, calles y solares a cordel y regla, comenzando desde la plaza mayor y sacando desde ellas las calles a las puertas y caminos principales; y dejando tanto compás abierto cuanto que aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma”
La demarcación de
Santiago, como la de Lima, que se tomó por modelo, debió, pues, comenzar con el diseño de la plaza principal, esto es, por el centro de la casi isla elegida por el conquistador entre la Cañada del Mapocho y su cauce permanente, pues el lecho de aquella, que se niveló gradualmente con el transcurso de siglos, debÃa hallarse a la sazón más cercano al de la última.
>El historiador Pérez GarcÃa, que en esto como en todo copia a otros y en especial a Olivarez, y a su ejemplo el padre Guzmán, que reprodujo solo los traslados que aquel dejara, refieren que la planta primitiva de la ciudad comprendÃa diez calles de oriente a poniente desde la falda occidental del Santa LucÃa; y ocho de norte a sur entre la cañada y el rÃo, lo que parece exacto, porque el mayor espacio del terreno y las ventajas del declive o irrigación daban mayor ensanche a la ciudad en su suave descenso hacia el oeste.
El primer plano cientÃfico de
Santiago, dibujado en 1712 por el ingeniero francés Frezier, nos confirma en esta suposición, pues las ochenta manzanas que Valdivia delineó para poblar, aparecen distribuidas en diez calles que corren en ese rumbo, mientras que las calles de norte a sur escasamente llegan a ocho, incluida la llamada hoy de las Ramadas Esmeralda, que por su tortuosidad y su propio nombre no parece haber entrado en la planta primitiva.
HabrÃa de creerse que fuera la intención de Valdivia el dar preferencia para la morada de los vecinos a las calles que corrÃan de sur a norte, y que son las que no sin cierto ingrato desdén se llaman hoy dÃa
atravesadas, porque esto habrÃa permitido una más conveniente distribución de la sombra y de la luz, del calor y del aire, no solo dentro de las habitaciones, que hoy sufren una cruel desigualdad en las horas que alumbra el sol, sino en la conveniencia de la vÃa pública, inundada ahora en los meses de verano por una resolana fatigosa que ha forzado a los habitantes a distinguir marcadamente como dos zonas geográficas, (Y no sin ciertas razones de higiene), las casas de las
veredas del sol y las opuestas de la sombra.
Pero estas condiciones, que solo la ignorancia de las reglas más vulgares de salubridad pública podrÃa desdeñar, se tuvieron que subordinar a una necesidad más vital y más preciosa de la localidad: Tal era la admirable distribución de sus aguas para usos público y doméstico que, atravesando cada manzana por su centro en la dirección de su declive natural; deberÃan convertir en breve la naciente población en un vergel, al paso que le suministrarÃan para un tiempo venidero, que solo hoy llega, una ventaja higiénica, digna de ser envidiada, una vez convenientemente establecida, por las más opulentas capitales de Europa. Los acueductos de regadÃo que todavÃa existen con sus primitivos nombres de acequias interiores, fueron pues, coetáneos con la delineación de la ciudad, y aun hay motivos para creer que la precedieron, pues se sabe que los indios conocÃan el arte de la irrigación artificial. Era, por tanto, natural que se regasen con las aguas de la vega, las sementeras que se extendÃan al pié del Huelén, sirviéndose de las acequias que hoy mismo se ven cavadas y corrientes en su falda.